Un cuadro lleno de amor y fe

 Un cuadro lleno de amor y fe


Hoy quiero compartir una historia que me conmovió profundamente en la residencia. Mientras hacía mi recorrido habitual, una residente me llamó con una sonrisa especial y me llevó hasta su habitación. Con mucho orgullo me mostró un cuadro que habían colocado en la pared, justo al lado de su cama.


Era un marco blanco sencillo, pero lo que contenía dentro era mucho más que unas simples palabras. Eran versos sobre el amor de Dios, un amor que ella describía como “abrumador, infinito y a veces hasta incontenible”. Al leerlos en voz alta, su voz se quebraba entre emoción y gratitud.


Para ella, tener ese cuadro cerca de su cama significaba compañía en los momentos de soledad, consuelo en las noches tranquilas y fortaleza en los días difíciles. Cada palabra parecía traerle recuerdos, esperanzas y una fe que todavía la sostiene con firmeza.


Lo más bonito fue ver cómo lo leía no solo con la voz, sino con el corazón. Cada frase la llenaba de vida, y yo no pude evitar sentirme contagiado por esa misma paz y emoción.


A veces no se trata de grandes gestos, sino de esos pequeños detalles que acompañan a las personas en su día a día. Ese cuadro no es solo un adorno en la pared: es un refugio, un recordatorio constante de que nunca estamos solos.


Salir de su habitación me dejó una enseñanza enorme: la fe, cuando se lleva tan dentro, se convierte en una fuente de alegría que ni el paso del tiempo puede apagar.






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